Necesitamos que nos escuchen, por María Bernal

Necesitamos que nos escuchen

Es categóricamente urgente que nos escuchen desde una administración que nos abandonó hace muchos años porque sabe que somos cordericos que nos los callamos todo, que aguantamos hasta la lava por encima de la espalda aprovechándose de la vocación tan infinita que muchos tenemos.

Es imprescindible que se devuelva a las aulas la autoridad que, desde hace años, han ido exterminando la permisividad y la flexibilidad del sistema educativo que, junto a unos padres y madres, artífices del “a mi hijo no lo roza ni el aire”, han conseguido que el vaso de la paciencia docente deje de ser inagotable. Nos han quitado la valía de gobernar pedagógicamente en el aula: la ley, porque sea la que sea siempre va a defender al alumno y a unos padres que no asumen que sus hijos tienen que emigrar de la burbuja protectora cuando entran en la adolescencia y las nuevas corrientes psicológicas, porque velan por el consenso y por una crianza respetuosa, para no difamar a unos hijos más aprovechados que educados.

Estamos incomprensiblemente abandonados, asfixiados y al borde de sufrir, de manera fulminante, un infarto emocional y casi de miocardio. Me atrevería a decir que, si esto no cambia, en breve seremos estiércol de sepultura o dementes en un psiquiátrico que han perdido la cabeza por culpa de una sociedad que antes de obedecer tiene que exigir, por culpa de un sistema que normaliza cualquier acto por muy vandálico que sea y por culpa de unos responsables políticos que no tienen la decencia de sentarse a observar lo que ocurre en un aula de Secundaria. También en las de los coles porque los compis de Infantil y Primaria, ya que, aunque no tienen que aguantar el salvajismo de los institutos, sí tienen que soportar la extraña idiotez de algunos padres de ahora, que lo único que consiguen es generar frustración en los pequeños.

Así estamos los docentes, completamente desolados y cuestionándonos en muchas ocasiones hasta cuándo vamos a aguantar y si vale la pena sacrificar tanto y seguir.

Nadie nos advirtió hace años que la sociedad se iba a convertir en un monstruo contra el que nadie puede luchar, porque se hace tan poderoso, por culpa de que nadie lo frene, que después no es difícil combatirlo. Lo refleja muy bien Eloy Moreno en su libro titulado Invisible.

Las aulas se han convertido en frentes de guerra donde la supervivencia del docente es el reto de su día a día, porque lejos de cumplir la programación somos guerreros de batallas campales, donde pocos son los buenos y muchos son los malos; porque nos han impuesto las competencias de ser enfermeros, psicólogos, guardias de seguridad y todo oficio que a la administración se le antoje mientras callemos y otorguemos.

He visto a compañeros llorar, he escuchado chantajes emocionales y amenazas con la inspección con tal de que al nene o a la nena se le dé la razón. He escuchado amenazas cumplidas de rajar ruedas de coches y he sido testigo de ver a un chaval levantar una silla para lanzarla. He visto a padres defender lo indefendible, tergiversar las palabras de compañeros y he sido testigo de cómo esos compañeros han recurrido a la química pura y dura para poder aguantar seis horas seguidas al frente de 30 hijos de sus madres y de sus padres que en muy pocas ocasiones están dispuestos a trabajar. No quieren.

A la administración se la repampinfla todo, solo se limita a sacar pecho al comienzo de cada curso, prometiendo y mintiendo, y a aferrarse, sobre todo, ahora que ha pasado la época de elecciones, al lema de “prometer hasta el meter y una vez metido se acabó lo prometido”.

Necesitamos bajada de ratios, más especialistas en orientación educativa, enfermeros, técnicos auxiliares y todo ese personal que haría que nuestra enseñanza pública fuera todavía de más calidad. Porque lo es; la formamos personas que, aunque nos quejamos de lo nunca antes visto, lo damos todo con tal de salvaguardar a nuestros alumnos.

Ahora entiendo la palabra vocación en este sector, si no la tuviéramos se habrían producido miles de retiradas a tiempo. Pero no, ahí estamos, como víctimas de un sistema que nos ha obligado a hacernos de plomo para recibir todo tipo de insultos, vejaciones, agresiones y todo lo que a los nenes, armados de prepotencia y mala educación, se les antoje.

Corren tiempos críticos para el sector de la enseñanza y, en lugar de preocuparse por lo que verdaderamente hace falta, se les va la vida y la pinza con si adoctrinamos o no. Ustedes sí que están adoctrinando con sus políticas que nos obligan a no ser docentes, sino meras marionetas del poder y meras dianas de un maltrato psicológico y, en algunas ocasiones, físico.